Jader Rivera Monje



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Winston Morales Chavarro

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Esmir Garcés Quiacha
Hernán Vargascarreño


Bio/biblio

Licenciado en Lingüística y literatura de la Universidad Surcolombiana de Neiva y estudios en Maestría en Literatura de la Universidad Javeriana de Bogotá. Ha sido fundador y director de las revistas Índice de Literatura y Hojas Sueltas de Literatura. En 1995 obtuvo los premios departamentales de poesía “José Eustasio Rivera” y de cuento “Humberto Tafur Charry”. En 1998 ganó la convocatoria realizada por “Foncultura” para la colección de Autores Huilenses con el libro de cuentos Diez Moscas en un Platico con Veneno. En 1999 fue incluido dentro de la misma colección con el libro de dramaturgia El Día sin Horas; en ese mismo año publicó La Lluvia y el Ángel, antología realizada con los poetas Winston Morales Chávarro y Esmir Garcés Quiacha .
En el 2006 la editorial Arquitrave, dirigida por el poeta Harold Alvarado Tenorio, publica una Antología de sus mejores poemas.

Conocedor también del arte de la fotografía ha participado en varias exposiciones colectivas y ha sido seleccionado para tres salones: 12 Salón de Artistas Regionales - Zona Sur 2007-2008; Salón "Imagen Regional" del Banco de la República, y Salón Nacional de Artistas, Cali, 2008.

Publica el blog de poesía y literatura http://www.riverajader.blogspot.com/


Poética

No quisiera hablar de lo que es poesía pues ya mucho se ha escrito sobre ello. Todo escritor tiene su punto de vista sobre el asunto y en muchas ocasiones ha gastado su valioso tiempo –que debió emplear trabajando en su obra- en contradecir al otro.

Quisiera decir que la poesía sólo se concreta y existe en el texto escrito más que en el verbal, y que es sobre la página en blanco en donde el poeta mide sus fuerzas y entrega su aliento. Después de concretado el poema, el poeta debe desaparecer. Su presencia es un estorbo, sobre todo cuando el poeta se convierte en el bufón de la corte o exige ser objeto de adoración.

La poesía es algo tan elemental como el agua y exige hombres elementales: pureza de escritores, pureza de lectores. La vanidad en la escritura como la presunción en la lectura echa a perder toda experiencia poética. Pero la pureza o la elementalidad no se deben entender como ingenuidad. Sino como el más alto grado de conocimiento y sensibilidad. En poesía, no son necesario poetas y lectores bobalicones y sensibleros. Es necesaria la plenitud del ser.

Hace mucho tiempo yo escribía para que los escritores de moda me incluyeran en su círculo. Nunca lo logré. Han pasado más de veinte años desde que empecé a escribir y ya no me es necesario tal apoyo. Cuando aparece un nuevo libro he descubierto que muchos de ellos se ofuscan en vez de alegrarse. Ahora comprendo que esos escritores sólo son artistas de supermercado y que en el fondo no han hecho nada memorable porque la soberbia y el recelo los ha matado.

Comprendí que al único círculo al que quiero pertenecer es al círculo de mi gente, al círculo de los que amo, al círculo de la gente buena de mi país. Entonces, si logro entrar a ese círculo, después de mucho trabajo, mi vida como poeta habrá cobrado sentido.


Poemas

Tomados del libro: Antología Personal. Alquitrave Editores. Bogotá, 2006


PROMESA

En las montañas, entre los árboles más jóvenes,
allí lo haremos.
Cuando caiga la noche
y la luna de plata cante sobre la cerca caída,
lo haremos.

Allí lo haremos mientras el viento barre las nubes pesadas
y cae a tus pies uno que otro lucero.
Allí lo haremos en la vastedad de las noches profundas
que mueve portentosos oleajes de hojas.
Allí lo haremos junto a los húmedos bosques;
lo haremos después de la lluvia,
aquí mismo sobre estos húmedos helechos;
lo haremos aquí o allá,
en esa ciudad lejana que hierve en la noche,
en una alcoba cuya ventana dé al cielo.

Y tendrás todo el verdor del mundo en un abrazo,
todas las aguas limpias de los arroyos en un beso.
Lo haremos limpiamente,
como dos guerreros dispuestos a la guerra;
dulcemente,
como dos niños que juegan al amor y se aman.

Lo haremos una y mil veces,
hasta que el cuerpo se desplome sobre las jóvenes hierbas,
hasta el fin,
hasta matar esta muerte,
hasta matar esta agonía que nos agobia el alma
y nos nubla los ojos de pesadillas y eternos problemas.

Lo haremos sobre los lechos de los ríos,
cuando los ríos recojan sus causes
y quede la arena blanca y ardiente,
poblada de bellas horas y de soles.

Lo haremos en los estanques de agua,
bajo la dulce penumbra de las cavernas;
lo haremos a la orilla de los caminos,
lo haremos a la entrada de las ciudades;
allí, en ese bosquecito de cedros,
detrás o recostados a los árboles más nobles.

Lo haremos porque te amo.
Lo haremos porque me amas y es tuyo y mío
el deseo.

::


DOS VISIONES SOBRE EL GRAN RIO DE LA MAGDALENA

I

Huele el río en esta tarde,
huele a valle por la lluvia lavado,
a pasto de raíz arrancado,
a parcelas de sol, de arroz y veneno.

Huele a vaca,
a ojo, a piel, a leche,
a pata de vaca en la orilla.
Y huele a canoa delgada,
a corriente de agua sencilla.

Huele a mujer sentada en la arena,
los pies hundidos en el cauce,
los párpados cerrados,
la piel, para el deseo, morena.

Huele, huele a soledad y a calma,
a viento reventado entre las hojas
y a un querer irse entre las aguas,
a un querer no ser,
diluir en el río nuestra alma.


II

Sácame los ojos, córtame la lengua,
amárrame los pies y las manos
con alambre de las cercas caídas,
mas déjame arrullar en el fondo de tu cauce
al niño ahogado cubierto de escamas,
y al hombre sin ojos, sin dedos ni boca.

Déjame acomodarle sus cabellos de medusa,
hablar de su dolor bajo el agua,
montar mi brazo por el brazo de sus padres
y decirles al oído que aún los esperan.

Haz que ascienda desde el fondo
este olor a raíz profunda arrancada con la mano,
este olor a pez y a barro podridos,
este grito de tortura y cráneo relamido.

Sácame los ojos, córtame la lengua,
amárrame los pies y las manos
con alambre de las cercas caídas,
mas déjame llorar siglos, eternidades,
déjame que descanse un poquito,
déjame sangrar, un instante, por la herida.

::


CUÍDATE

Cuida de morir antes de tu muerte…
Temblor de cielo. Vicente Huidobro


Cuida de morir antes de tu muerte,
al abrir la alacena
donde las cucarachas esconden su pedazo de vida;
o al comer pescado
entre amigos que no tienen hambre
y te miran a ti hambriento,
apurado en llevar el alimento a la boca.

Cuídate de morir antes de tiempo,
en un descuido,
cuando das tu corazón a la más bella de la fiesta
o al negarlo al más feo de los hombres.

Cuídate de no caer en la calle,
entre automóviles y hombres que son lo mismo.
Podrían llevarse un pedazo de tu brazo,
pero sobre todo,
te harían morir antes de tu muerte.

Cuídate y no te fíes
de los lisonjeros que socavan tu vientre
y te preñan de angustia y de zozobra.
Acaso un amante bello
sea la piedra sobre la cual se erige el infierno
con todas sus mezquindades de amor
vestidas de entregas.
No mires a los ojos de la muerte
en los ojos de tu amante.

Cuídate de los comerciantes que pregonan
la panacea de la vida;
la vida es bella porque llega a su muerte
naturalmente cuando el cuerpo decae.
Pero hay muertos que aún siguen vivos,
aunque sus cuerpos yazcan en tumbas envejecidas
y mujeres de noviembre lloren su abandono.

Cuídate de morir antes de tu muerte
por prestarle la vida a un corsario
o a un billete de mil entre otros cientos;
o a una loca apariencia,
a una lisonja venida de tu amigo,
de tu padre que quiere sólo lo bueno para ti
y engendra en sus adentros
todas las frustraciones de su vida.

Cuida que tu carne no se descomponga
y te caigas a pedazos cuando aún puedes
permanecer en pie.
Que el hedor de tu carne descompuesta
no nuble los días de sol
ni empañe el agua cristalina en donde se contempla
tu vida poderosa.

Cuídate.
Hay tantas formas de morir y no darse cuenta.
Hay tantas horas en las que acecha la muerte.

Que no te digan:
           Has matado al niño que tú fuiste,
           has matado al adolescente que soñaba
           con amores y glorias;
           has matado al hombre que empezó con un sueño
           y terminó sumido en el limbo;
           has matado el ardor de tu sangre,
           el ardor que cantaban las mujeres;
           has matado la soberbia de tu cuerpo,
           has matado la dulzura de tu alma
           y ahora andas fingiendo,
           judío errante entre cientos de judíos,
           la sonrisa que ya no es tuya,
           las palabras que ya no te pertenecen,
           los brazos que has comprado en una tienda,
           las piernas que se entrelazan entre otras piernas
           y no son menos artificiales que las tuyas;
           el ombligo por donde llegaste al mundo,
           lo has reemplazado por una rosa blanca
           y sin olor.
           Es mejor oler a fango,
           a tierra húmeda y fértil,
           que oler tus perfumes, tu aliento descompuesto.

Cuídate, ahora que hay tiempo para parar
y pensar en la vida.
Ahora que no te niegas a ti mismo.
Llegarán días, oh Dios, en que te burlarás de
mis palabras
y harás mofa de tus antiguas creencias.
Para entonces será demasiado tarde:
habrás muerto antes de tu muerte.

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2 Comentarios:

Anónimo comentó sobre esta entrada, así...

"Lo haremos una y mil veces,
hasta que el cuerpo se desplome sobre las jóvenes hierbas,
hasta el fin,
hasta matar esta muerte"...

Poesía preciosa y precisa; sencilla y conmovedora.

Leandro Loaiza Largo comentó sobre esta entrada, así...

Es un tratamiento impecable el que le da usted a la muerte, y por supuesto, cómo olvidar "El insepulto", saludos desde Manizales.

Leandro Loaiza